Añorar el valor con el que firmabas las cosas que hacías, que decías, el afán de permanencia, no de ti, sino de aquello que intentabas significar y verlo desvanecerse en todo lo que haces, dices y piensas.
Dejarte sofocar por la distancia impuesta a quienquiera busque acercarse, no porque te sientas frágil de repente, pero porque sabes eres demasiado resiliente. Porque perdurarás cosas que otrxs no, porque sobrevirirás situaciones de las que nadie nada quiere saber. Nadie merece la tragedia ajena y lo sabes y lo sientes en cada una de sus palabras al respecto, en celebrarte el poder tomarlo con humor, pero inmediatamente queriendo cambiar de tema.
Esperar, muy dentro de ti, que tu expectativa de vida sea menos portento que profecía, y dejarte llevar por el hecho de que nadie se merece sentir lo que es perderte como tú lo has hecho, porque sabes lo que puedes ser y hacer y entiendes nunca podrás volver a serlo. Y te guardas tu duelo para ti, y no dejas que nadie más lo vea, lo cargue, lo toque, lo comparta, porque si en realidad eras tan buenx y brillante como todos creían y percibían, entonces más vale te escondas de quienes no saben ya no puedes seguir con la charada que pretende la misma utilidad del cadáver que usas ahora como vestimenta de persona.
Encontrarte en tu propia mente laberíntica como la Biblioteca de Babel, sin instrucciones sobre sus escaleras, sus salas hexagonales, su infinitud y su perenne autocomplacencia. Pues en sí misma encuentra el descanso de contemplar todo lo que es y era, y de poder abarcarlo, y tú, quien comparte la faz y el nombre de quien fuera arquitectx de ella, apenas puede guiarse con tropezones bajo la luz de la tenue linterna de la esperanza de que todo esto haya sido una especie de liberación prolongada de algún estado que te mantenía en ti encerradx, pero manteniendo ese estado, no para que nadie sospeche, sino para que nadie tenga que irse sin lo que no trajiste de vuelta.
Pensar a nadie cercanx y mentirte acerca de su desinteresado interés y la capacidad sanadora de su compañía, sentirte venenosx, ponzoñosx, monstruosx, hambrientx, y alejar a todoxs no tan sutilmente como te gustaría porque te pones el pretexto de establecer como misericordia futura tu actual lejanía. Porque ya no temes morirte aunque puedas seguir queriendo evitar la muerte, pero temes el dolor ajeno contigo al centro, temes que te valoren porque te perderán, no entendiendo del todo si perderían una verdad o una mentira, y temes valorar porque tu capacidad de amar no se apoya en cosa otra que no sea tu pura voluntad de hacerlo, y temes la falta de explicaciones con esto al respecto dejará a quien contigo esté al momento de irte definitivamente dubitativx sobre cómo alguien podría sobrevivir dando tanto como quieres dar mientras recatas tanto como puedes recatar.
Entender no eres la persona que eras al tiempo que comprendes tampoco fuiste nunca quien creíste que eras, porque eso era poco más de una idea en ejecución perpetua. Es por ello que ves tu muerte no como la aparente falta a la lógica con que te la presentan quienes tal conversación aceptan, pues la vives como una incongruencia ética en tanto que eres incapaz de hacer lo que “sabes puedes” al tiempo que se asienta en tu interior la idea de no saberlo y no poderlo porque ya no eres eso más. Ni ese querer, ni ese poder, ni ese deseo de a quien se te cruce hacer el bien.
Y nadie es más responsable de eso tú al colocar aparente paradoja como piedra angular de un puente reticente, entre ti y lxs demás; que si nadie sabe lo que fuiste, a nadie dolerá que hayas dejado de serlo. Que si nadie te siente verdaderamente presente, a nadie importará cuando ya no puedas más estar.
Pero quieres vivir, y quieres amar, y sabes siempre todo será, a partir de ahora, bajo la sobra de unx tal alguien más de quien hablan cuando piensan en ti, sin conocer el terror que era serlo o que es ahora el haberlo sido.
Haber sido y no ser más, y no saber amar desde tu hechiza constitucionalidad. Cuánto duele saber no puedes ya dar todo lo que tenías planeado entregar.